Dios no puede hablarnos si no estamos listos para escuchar

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Una querida amiga mía falleció inesperadamente esta semana. Ella era una esposa amorosa, madre de cuatro hijos, de solo cincuenta y ocho años. En su funeral, su esposo, un hombre de gran fe, aunque apesadumbrado por la pérdida, se mostró firme y compuesto.

En un momento en el que muchas personas podrían alejarse de un Dios que parecía haberle dado la espalda a esta preciosa familia, él se volvió hacia el Padre. Me recordó la historia de un herrero y su resistencia ante el medio del fuego de la vida.

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La historia del herrero

Había una vez un herrero que era un recién converso al cristianismo e hizo todo lo posible para guardar sus convenios bautismales. Sin embargo, casi inmediatamente después de su conversión, su vida se vio plagada de pruebas, tanto así, que estas calaron en su corazón y lo pusieron de rodillas.

Un amigo que no era de su fe fue testigo de lo que estaba sucediendo. En sus ojos, vio que la religión recién adoptada no le había hecho ningún bien a su amigo. Si bien él continuó siendo fiel, sus pruebas sólo parecieron empeorar.

Un día, el amigo le preguntó al herrero sobre esto. Preguntó cómo podía permanecer fiel a un dios que seguía castigándolo sin piedad. El herrero hizo una pausa y pensó antes de responder.

Sostenía una tenaza de hierro forjado en una mano y un martillo en la otra. Entre las tenazas había un trozo de metal que había mantenido bajo las brasas encendidas hasta que estuvo muy caliente.

Retiró el metal del fuego y, mientras aún brillaba y era maleable, lo golpeó con el martillo, lo moldeó y lo sumergió en un recipiente con agua. Él repitió el proceso dieciséis veces antes de poder darle la forma de una espada.

Cuando el vapor se aclaró, se volvió hacia su amigo con esta respuesta.

“Como herrero, necesito usar los metales más fuertes que pueda encontrar para que puedan resistir en las peores condiciones. De lo contrario, la espada que produzco no tendrá ningún valor. Esta pieza de metal pronto será una buena espada”. 

El herrero señaló a la pila de chatarra que se encontraba contra la pared.

“Pero ese metal no pudo soportar el calor constante, los golpes, el moldeado, ni ​​el enfriamiento repentino. No me sirve”.

El hombre volvió a mirar el metal con el que estaba trabajando.

“Soy como esta pieza de metal. Cuando decidí ser un verdadero converso, prometí cambiar mis viejas costumbres por algo mejor. Mi Dios es mi Maestro, algo similar a un herrero que hace espadas.

No me prometió que sería fácil, pero prometió que valdría la pena. Si no puedo hacer frente a las pruebas de la vida y permitir que me hagan más fuerte, seré como esa pila de metal en la esquina, sin valor para mi Hacedor.

Pero si puedo soportar el ciclo de calor, los golpes y el agua, puedo convertirme en lo que mi Maestro necesita que sea. Cuando el ciclo finalmente llegue a su fin, y lo haya soportado bien, valdré más de lo que soy en este momento.

Sé que mi Maestro no está tratando de lastimarme. Él está tratando de transformarme en algo mucho mejor de lo que soy hoy. Confío en que Él me conoce mejor que yo”.

Lo que ve el amigo

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A medida que paso por mis propias pruebas en la vida, me imagino a mí misma en esta historia y me pregunto: “¿Qué personaje soy?”. A veces soy como el amigo. Veo las pruebas (o “el fuego”) que las personas deben soportar y me pregunto cómo lo hacen.

Incluso mis propias pruebas a veces parecen demasiado para sobrellevarlas, y me pregunto si vale la pena el esfuerzo de soportarlo o no. No obstante, las consecuencias de rendirse o ceder han demostrado ser aún menos fructíferas.

Lo que ve el amigo es una perspectiva equivocada. Magnifica la prueba y disminuye el resultado final. Él culpa al Creador por su dolor y luego permanece enojado con Dios por haberle causado dicho pesar.

Lo que ve el herrero

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El herrero es el que soporta la avalancha de pruebas y, sin embargo, permanece fiel a su Dios. No ve sus pruebas o su tiempo en el fuego como un castigo, sino como un medio para llevarlo a un estado superior.

Entiende que a través de la adversidad se hará más fuerte. Lo entiende por el trabajo que hace en su taller y su capacidad para proyectarlo en su vida. Pero no se detiene ahí. Es capaz de ver los beneficios espirituales de la perseverancia mucho antes de que la espada sea liberada de su ciclo refinador.

El ciclo refinador

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Calor, golpes, enfriamiento, repetir el proceso.

Este es el ciclo utilizado para crear la espada perfecta. También es el ciclo espiritual que se usa para perfeccionarnos.

El calor ablanda el metal

Es necesario hacer esto antes de que un material pueda transformarse en algo útil. Hablando espiritualmente, el calor y el fuego representan las pruebas en nuestras vidas: cualquier cosa que nos lleve a un corazón humilde y un espíritu contrito.

Nuestro Padre Celestial no puede hablarnos si no estamos listos para escuchar. No puede influir en nosotros si nuestro corazón está endurecido.

Nuestra naturaleza es tal que muchas veces son las pruebas de la vida las que nos ablandan hasta quedar de rodillas antes de que podamos optar permanecer de pie.

Luego vienen los golpes

La espada debe doblarse dieciséis veces para fortalecer el metal lo suficiente como para ser una espada adecuada. Esto requiere una gran cantidad de golpes.

El martilleo espiritual es el moldeado de nuestra voluntad para que coincida con la voluntad de nuestro Padre Celestial. Pero no es nuestro Padre Celestial quien inflige los golpes; lo hacemos con nuestra propia voluntad.

El golpe viene de la lucha en nuestro corazón entre los caminos del mundo y los caminos del Señor a medida que nos acercamos a dar el salto de fe para actuar con rectitud.

Mientras nuestro Padre Celestial nos invita a que tomemos las decisiones correctas: decisiones para hacer el bien, decisiones para arrepentirnos, decisiones que nos sacan de nuestra zona de confort a fin de darnos oportunidades de crecer.

Satanás trabaja muy arduamente para fortalecer su control sobre nosotros. Mientras nuestro Padre Celestial se inclina para ayudarnos a levantarnos, Satanás nos empuja para que nos quedemos en donde estamos.

Ese vaivén es como un golpe. Hasta que actuemos con fe y nos comprometamos a hacer la voluntad de nuestro Padre Celestial, los golpes durarán por un tiempo. Pero sé de buen ánimo, nada dura para siempre.

Después de los golpes viene el enfriamiento

Cuando el metal se introduce en el agua, su composición química cambia, lo que ayuda a fortalecerlo aún más. Solidifica el proceso permitiendo que el acero resista el calor nuevamente.

En nuestra vida espiritual, el proceso de enfriamiento son como las bendiciones que recibimos cuando tomamos las decisiones que nos alinean con la voluntad de nuestro Padre Celestial.

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Nuestros corazones cambian, somos fortalecidos y bendecidos. Recibimos un testimonio especial de Su misericordia y amor, un testimonio que no podemos negar.

Cuantas más pruebas enfrentamos, más nos arrepentimos bajo presión, más bendiciones recibimos. Y así sucesivamente, seremos más fuertes y esenciales en el plan eterno de Dios.

Finalmente repetimos el proceso

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Esta es la parte más difícil, saber que atravesar el fuego refinador por única vez no será suficiente.

A veces, una prueba se supera rápidamente. Otras veces, las pruebas pueden durar toda la vida. Pero es en cómo nos enfrentamos a la prueba, cómo nos enfrentamos a los golpes y al moldeado lo que define nuestro estado de resistencia.

¿Podemos recordar agradecer a nuestro Padre Celestial por el don de enfrentar las pruebas y por las bendiciones que se reciben después de que las afrontamos? ¿O gritamos al cielo y nos quejamos de nuestras circunstancias?

En mi vida ha habido momentos en los que tan pronto como sentí el agua refrescante del alivio, fui arrojada de nuevo al fuego abrasador. Otras veces he sentido que el moldeado de mi Padre Celestial toma un poco más de tiempo, a veces debido a mi terquedad, pero a menudo debido a las circunstancias del mundo que me rodea.

También he podido mirar hacia atrás y notar que los momentos en los que me mantuve perseverante me acercaron al Señor. No podemos saltarnos la última fase del proceso. Repetir el proceso es tan necesario como el proceso en sí.

No es fácil, pero si nos mantenemos positivos y mantenemos una perspectiva eterna, al final valdrá la pena.

Lo que Dios tiene reservado para nosotros

Es difícil imaginar las inmensas bendiciones que nuestro Padre Celestial tiene reservadas para nosotros, especialmente cuando nos encontramos en el fuego purificador. Pero podemos ver una pequeña fracción de ellas cuando recordamos las entrañables misericordias que recibimos diariamente de Él.

Esto es vital para nuestro refinamiento espiritual.

Ser capaces de reconocer las pequeñas bendiciones y verlas sumar nos permite vislumbrar la grandeza que nos espera en una vida eterna y perfecta con Dios. Más importante aún, nos ayuda a afrontar la siguiente ronda en el fuego refinador, acercándonos un paso más a nuestro Dios.

Este artículo fue escrito originalmente por Nannatte ONeal y fue publicado originalmente por ldsblogs.com bajo el título “Enduring the Refiner’s Fire

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